Fotografía pacificada


En 2005 compré mi primera cámara reflex analógica. Era una Nikon, ni siquiera recuerdo el modelo. Era de segunda mano y lo hice a través de mi profesor de inglés, un polaco que me recomendó una página de su pais en el que la gente compraba y vendía material fotográfico en bastante buen estado. Tardó casi dos semanas en llegar y los primeros resultados fueron absolutamente decepcionantes. Estaba mal acostumbrado a una pequeña canon de carrete con la iba a todas partes y que había decidido arrojarse por un acantilado durante un viaje a Zacopane. Pocos años después, cuando el cuerpo de mi Nikon había claudicado y decidí donarla para repuestos a la tienda habitual de Pontevedra donde solia hacer el escaneado de negativos, no tardó en aparecer por casa una Pratika, quizás de origen ruso que mi padre había comprado hace millones de años durante la emigración a Suiza. Realmente consumimos muy pocos carretes de aquella maravilla... todo era manual, a penas un fotómetro de palanca necesitaba una minúscula y ultra cara pila que me costó recorrer una docena de tiendas encontrarla.

Somos la generación del cambio, los que hemos sentido con más fuerza la aparición de la fotografía digital en nuestras vidas. A su llegada, presentó sus dos ventajas principales: la cantidad y la velocidad. Es decir: Miles de fotografías, sin más límite que el de una tarjeta de memoria y con la posibilidad de verlas al instante, repetirlas y en algún caso incluso modificarlas en la propia cámara.
Desde entonces se han desplomado los precios de todo lo antiguo, lo obsoleto, lo caro, lo lento, lo que no nos daba posibilidades sin fin, sino que bien al contrario, imponía los límites, los del carrete, e hacía imperar la paciencia, la que había que tener para soportar la larga espera hasta el revelado final.

Durante la pasada semana, conversando con una amiga que continuaba utilizando su cámara de "toda la vida", una de las de carretes, me llamó la atención la poca pasión con la que defendía su convicción de sacar fotos "como antes", simplemente por "nostalgia". Pienso que lo digital ha aportado innumerables ventajas, sin duda, pero que quizás nos ha robado dos placeres que no somos todavía capaces de valorar.

Uno, es el cariño. Me refiero al cariño por los pequeños detalles. Cada click cuesta y todo debe estar en su justo lugar. Repasamos el encuadre una y otra vez hasta pulir lo más pequeño, hasta que pensamos, ahora si !!

El segundo es el misterio. La fotografía digital nos ha robado las hormiguillas en el estómago al ir a buscar el CD, o las fotos a la tienda. La lucha interna por conservar y a la vez acabar el carrete de una vez para descubrir lo que hemos hecho.

Reconozco que no soy capaz de repetir con la digital algunas de las fotos que en su momento hice con mi Nikon analógica, aquí os dejo una, pero tengo un montón de ejemplos. A veces, conviene reconocer que la tecnología digital ha conseguido expandir nuestros límites técnicos, pero que quizás nos ha quitado algo del dulce sentimiento de sacar fotos. ¿Acaso la fotografía no son más bien sentimientos?

Quizás, solo quizás, lo que tenemos no es nostalgia, sino necesidad de cariño y misterio.

Foto: Un abuelo juega con su nieto en el Valle de Santo Antonio (Alpes Italianos)